lunes, 6 de abril de 2020

Vía Crucis CR: XIV Estación

DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro

Cofradía del Sepulcro
Fotografía La Tribuna
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Del Evangelio según san Lucas 23,50-54:
Había un hombre llamado José, miembro del Sanedrín, hombre bueno y justo, que no había asentido al consejo y proceder de los demás. Era natural de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús, y, después de descolgarlo, lo envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca, en el que nadie había sido puesto todavía. Era el día de la Parasceve, y apuntaba el sábado.
MEDITACIÓN
Primeras luces del sábado. El que era luz del mundo baja al reino de las tinieblas. El cuerpo de Jesús se hunde en la tierra, y con él se hunde toda esperanza. Pero su descenso al lugar de los muertos no es para la muerte, sino para la vida. Es para reducir a la impotencia al que detentaba el poder sobre la muerte, el diablo (cf. Hb 2,14), para destruir al último adversario del hombre, la muerte misma (cf. 1 Co 15,26), para hacer resplandecer la vida y la inmortalidad (cf. 2 Tm 1,10), para anunciar la buena nueva a los espíritus prisioneros (cf. 1 Pe 3,19). Jesús se humilla hasta alcanzar a la primera pareja humana, Adán y Eva, aplastados bajo el peso de su culpa. Jesús les tiende la mano, y su rostro se ilumina con la gloria de la resurrección. El primer Adán y el Último se parecen y se reconocen; el primero halla la propia imagen en aquel que un día debía venir a liberarlo junto con todos los demás hijos (cf. Gn 1,26). Ese día ha llegado finalmente. Ahora en Jesús, cada muerte puede, desde aquel momento, desembocar en la vida.
ORACIÓN
Jesús, Señor rico en misericordia, te has hecho hombre para ser nuestro hermano y con tu muerte vencer la muerte. Has descendido a los infiernos para liberar a la humanidad, para hacernos revivir contigo, resucitados, llamados a sentarnos en los cielos junto a ti (cf. Ef 2,4-6). Buen pastor que nos conduces a aguas tranquilas, tómanos de la mano cuando atravesemos las sombras de la muerte (cf. Sal 23,2-4), a fin de que permanezcamos contigo, para contemplar eternamente tu gloria (cf. Jn 17,24).
Jesús, envuelto en una sábana y colocado en la tumba, esperas que, rodada la piedra, se rompa el silencio de la muerte con el júbilo del aleluya perenne.
R/. A ti la alabanza y la gloria por los siglos.
Todos: Padre nuestro...

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